José María Navascués (1934-1979). Biografía y obra
- Menéndez González, Mercedes
- María Soledad Álvarez Martínez Director/a
- Laura Mier Valerón Directora
Universidad de defensa: Universidad de Oviedo
Fecha de defensa: 21 de febrero de 2022
- Concha Lomba Serrano Presidente/a
- Juan Carlos Aparicio Vega Secretario
- Moisés Bazán de Huerta Vocal
- María del Carmen Bermejo Lorenzo Vocal
- Javier Gomez Martinez Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
Esta tesis ofrece un estudio monográfico sobre el artista asturiano José María Navascués Martínez de Azcoitia (Madrid, 1934-Oviedo, 1979). Su vida discurrió enmarcada en sus extremos por la Guerra Civil y la Transición española. En paralelo, en su biografía artística e intelectual el interés se desplaza desde el culto a las vanguardias de la modernidad artística europea durante su período formativo, en los años cincuenta, al paradigma posmoderno. Navascués creó su mejor obra durante los años setenta del siglo XX. Si los primeros tres lustros de su trayectoria discurrieron discretamente por los estrechos cauces impuestos al arte asturiano durante el franquismo, en el último decenio de su vida realizó una obra capaz de sorprender en Madrid, Barcelona, Basilea o São Paulo. Fue un creador particularmente cíclico, de exigente diálogo consigo mismo y atento a las tendencias artísticas y estéticas coetáneas. Reconocido principalmente como escultor, también se dedicó al dibujo y al diseño de mobiliario. En su escultura hizo una apuesta única a la madera. Desarrolló una original técnica constructiva que incorpora a su materia fetiche lecciones de la estética numérica, el ensamblaje y la riqueza de acabado de la tradición más preciosista. Logró una obra ciertamente original, cuando no desconcertante. De mediados de década es su serie figurativa de pilotos, máquinas, armas Erosex, estacas para matar vampiros y otros objetos imposibles. En la segunda mitad de los setenta realizó una escultura singular, Cascada, y las series Para una desorganización de ciertos datos y Madera + color. Se adentró en el debate sobre el medio, anticipó el protagonismo del color en el arte español de los ochenta y, especialmente, se concentró en la potencia expresiva de la materia en su comunión con la forma y la superficie. Sobre el papel practicó un dibujo progresivamente más pictórico según avanzó la década. Tras la factura hiperrealista de pilotos, maderas y hierbas, aunó dibujo y color en paisajes, bodegones o series de figuras con recortables, concretando su imaginario con grafito y lápices de colores sobre fondos difusos pintados a tinta con aerógrafo. Desplegado en una obra sensual y bella, su juego se fundamenta en las posibilidades de la percepción. La exploración de los límites, como aquellos que supuestamente separan lo sensible y lo inteligible, lo bello y lo siniestro, es esencial a su poética.