Relaciones de poder en las comunidades protohistóricas del Noroeste peninsular. Espacios sociales, prácticas cotidianas e identidad de género
- GONZÁLEZ SANTANA, MÓNICA
- Rosa María Cid López Director
Universidade de defensa: Universidad de Oviedo
Fecha de defensa: 14 de marzo de 2012
- Carmen Fernández Ochoa Presidente/a
- María Socorro Suárez Lafuente Secretario/a
- Maria Dolors Molas Font Vogal
Tipo: Tese
Resumo
Con esta tesis he querido acometer un acercamiento a las comunidades prerromanas del Noroeste peninsular desde la inclusión de conceptos tales como identidad, poder o género (Hernando, 2002). De esta forma, se ha intentado visibilizar, por un lado, a las mujeres, más allá de los tintes matriarcales clásicos y, por otro, a las tensiones provocadas por las relaciones de poder basadas en la construcción social del género (De Lauretis, 1991). Para ello se procedió al estudio de los espacios y prácticas cotidianas, a través, entre otras, del registro material, sabiendo que el paisaje, como construcción social, escondía más de una respuesta (Tilley, 1994). En ese sentido, el análisis de los modelos de hábitat que se fueron configurando durante el primer milenio antes de la era, permitieron observar, por un lado, la creciente necesidad de delimitación y dominio territorial que se fue desarrollando entre estas poblaciones, y por otro, la diferenciación existente entre el espacio dedicado a los vivos (áreas de acumulación, poblados abiertos, asentamientos fortificados, etc.) y el espacio dedicado a los muertos (túmulos, cistas, etc.). Una diferenciación que se hizo más evidente al incluir la monumentalización y la visibilización como estrategias básicas perceptivas, constatándose la existencia de un cambio o proceso, por el cual dichas estrategias fueron pasando de los muertos a los vivos (Vidal y Pol, 2005). El examen de estas transformaciones señalaba, además, la capacidad para generar y acumular todo un entramado simbólico destinado a justificar, legitimar y consolidar el poder territorial ejercido (Bourdieu, 1986). Una garantía que se vio apoyada por el desenvolvimiento de la defensa organizada a través del dominio de las armas, la autoridad y el ritual, y que tendría su reflejo material en el desarrollo de la arquitectura funeraria, la aparición de rocas insculturadas, los restos arqueológicos documentados en las grandes cabañas castreñas (restos de calderos, armas, etc.) o la iconografía de los bienes suntuarios (Diadema de Moñes). El análisis de este discurso iconográfico vendría a demostrar, por un lado, su carácter masculinizado (Santo Estévez 2008 o Fábregas, 1998), indicando la conexión que se había ido estableciendo entre el territorio, su defensa y la creación de una identidad masculina basada, entre otras cosas, en el ejercicio del poder sobre las armas, el ritual y la autoridad sobre el territorio y su población, y por otro lado, su relación con el desarrollo de una espacialidad no habitacional, comenzando la separación entre lo doméstico, como espacio cotidiano, y lo ¿público¿ como espacio de la excelencia masculina (Amorós, 1994). Se establecían así dos ámbitos jerarquizados, permeables para el sector masculino (en principio cualquier hombre podía pasar de lo cotidiano a la excelencia) e impermeables para el femenino, lo que provocaba su invisibilización más allá del contexto de lo ordinario. Por eso, el estudio del entorno familiar-doméstico se hizo imprescindible para la consecución de esta tesis. Se consiguió, así, no solo visibilizar a las mujeres, sino, profundizar en los procesos de consolidación tanto del poder masculino, como del poder desarrollado por un determinado sector: el de los protectores-defensores y sus familias. De esta forma, se proponía como las tensiones provocadas por la ruptura de lo colectivo, fueron resuelta mediante las llamadas ¿políticas del disimulo¿, creándose un modelo social en el que ¿la ficción de lo comunal¿ (Martínez y Afonso, 2003) enmascararía los verdaderos procesos de consolidación familiar y desigualdad social. Esta maniobra, en la que las mujeres iban a jugar un papel clave en su faceta como productora y reproductoras sociales y familiares, hubo de hacerse desde el disimulo, de ahí la aparente uniformidad arquitectónica o la supuesta monotonía cerámica. En ese sentido, la visibilización y monumentalización de los espacios domésticos (aumento del tamaño, compartimentación, unidades especialistas, etc.) que, poco a poco, se iría desarrollando, vendría a manifestar el resultado positivo de esta estrategia, que tendría como objetivo el fortalecimiento de las familias asociadas al grupo de los protectores. La cuestión es que en ese fortalecimiento, lo femenino, en su carácter reproductor, jugó un papel fundamental. De ahí la necesidad de articular un discurso capaz de redirigir el modelo femenino hacia esa única función. Una ocupación que iba a superar lo estrictamente biológico, para inmiscuirse en el terreno de lo socio-cultural cambiando conforme cambiaban las poblaciones humanas y variaban las políticas de instrumentalización femenina generadas a través de la filiación, la herencia o la sucesión. De esta forma, entraban en escena conceptos tales como construcción de la maternidad, identidad femenina, socialización diferenciada en función del sexo, edad o estatus y desigualdad (Beauvoir, 2005). En definitiva, cuando incluimos el género como categoría de análisis, la imagen de las comunidades protohistóricas del Noroeste peninsular cambia, no solo por la visibilización de las mujeres, sino por la puesta en escena de los procesos de creación y consolidación del poder masculino y con ellos del establecimiento de la desigualdad social.