Eduardo Arroyo contra la historia
- Escardó Zaldo, Carmen
- Francisco Calvo Serraller Director/a
Universitat de defensa: Universidad Complutense de Madrid
Fecha de defensa: 27 de de gener de 2016
- Antonio Manuel González Rodríguez President/a
- María Dolores Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz Secretari/ària
- Genoveva Tusell García Vocal
- Álvaro de la Rica Aranguren Vocal
- Javier Barón Vocal
Tipus: Tesi
Resum
El objetivo de este ensayo crítico es realizar un retrato biográfico del pintor y escritor Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) para, a partir de él, llevar a cabo a un análisis temático y formal de su producción pictórica. Su obra, una de las propuestas figurativas más singulares del arte europeo contemporáneo, es testimonio de la actualidad, de lo público, al tiempo que un registro de su historia personal. Por medio de sus cuadros, Arroyo pone de manifiesto la posición crítica que ha adoptado con respecto a su contexto histórico-social, marcado durante más de tres décadas por la dictadura franquista, más tarde, por la transición democrática y en tiempos recientes por las transformaciones ocurridas en el proceso de homogeneización del mundo occidental. Así, desde comienzos de los años sesenta del siglo pasado, no ha dejado de cuestionar la validez de la historia, como disciplina que narra sucesos, de polemizar sobre los fundamentos del arte de vanguardia, además de destacar la responsabilidad ética del pintor actual en una época en la que se ve peligrar la supervivencia de su oficio. Para definir las obsesiones que han conformado su creación, detestaciones, pasiones y ambiciones, se ha extraído el ideario artístico del pintor de las fuentes primarias existentes, como son ensayos de carácter autobiográfico, artículos periodísticos, entrevistas, memorias y disertaciones públicas. Dichas confesiones se han puesto en relación con los ciclos pictóricos desarrollados por el artista para ser analizados a la luz de la bibliografía crítica existente sobre la materia. Entre los escritores y especialistas que han abordado su obra destacan: Francisco Calvo Serraller, Bernard Dahan-Constant, Fabienne di Rocco, Juan Goytisolo, Fernando Savater, Michel Sager, Leonardo Sciasca, Jorge Semprún, Wener Spies, José Miguel Ullán o María Zambrano... Tres capítulos forman el cuerpo de este trabajo. El primero está dedicado al personaje de Arroyo, ya que no se pueden abordar sus manifestaciones artísticas sin antes establecer ciertas coordenadas. En él se revisan sus avatares biográficos, unidos todos ellos por el sello de lo excepcional. El segundo capítulo está consagrado al análisis de su obra. Arroyo ha recurrido a la parodia, la caricatura, la agresión al mito y la manipulación y re-contextualización de símbolos para manifestar su escepticismo a las convenciones sociales. Sus obras son relatos pictóricos, enigmáticos y heterogéneos, que se manifiestan independientes a las corrientes en boga. Para afinar su talento anti-vanguardista, el pintor ha entablado conversación con maestros clásicos y contemporáneos de la realidad que han hecho gala de un comportamiento libre. Y finalmente el tercero apartado se destina a completar su polifacética actividad. En este se incluyen sus escenografías, sus obras escritas, así como los libros que ha ilustrado. Del mismo modo, se enumeran sus proyectos expositivos para dar cuenta de su obra escultórica, gráfica, además de la correspondiente al mundo del cartel, desarrollada en paralelo a la pintura. También se reúne una bibliografía detallada con todos los textos originados por sus exposiciones. Y por último se recoge la controvertida personalidad pública del personaje en un glosario de los artículos publicados en prensa, española e internacional. Finalmente, lo que se concluye de todo lo anterior es que Eduardo Arroyo al desarrollar una pintura a contrapelo de la historia, que la desdice y la destapa, reparó en que la única vía para librar a esta disciplina artística de su muerte anunciada era una alianza íntima con la literatura: sus obras además de verse, «se leen». Para él, la pintura al óleo solo puede progresar convertida en un lenguaje persuasivo que nos «cuenta algo». Lo esencial es que la obra de arte no sea solo un objeto, que no se agote en sí misma. En consecuencia, siempre ha legitimado el cuadro como terreno de argumentación.